DELHI (दिल्ली)
Delhi es el
puerto de ingreso más frecuente a India. Muchos viajeros huyen de esta ciudad
en cuanto llegan a causa de la dificultad de transitar por sus caóticas calles
saturadas de enjambres humanos, perros, vacas, basuras y millones de motos,
coches y sobre todo despiadados tuc tucs, todos pitando a la vez. No es un
paisaje muy distinto del que uno pueda encontrarse en el resto de grandes
ciudades asiáticas y tampoco difiere del que vemos en otras capitales del país.
A la aventura de
salir del domicilio se suma la contaminación ambiental, que en esta ciudad
multiplica las recomendaciones más concesivas. Sin embargo, tiene la gran ventaja
de poseer un metro maravilloso, limpio y eficaz, que conjura el agobio, la
inútil pérdida de tiempo, los regateos con los tuc tuc drivers y la tensión de
verse atropellado en cualquier momento a la par que proporciona comodidad, todo
ello a un precio muy bajo. En estas condiciones el mantra de que esta ciudad
tiene poco que ver pierde fuerza y vale la pena tomarle el pulso, aunque sea
durante unos pocos días.
Fotos: Fuerte Rojo de Delhi. |
Como todas las capitales de India, Delhi posee una ciudadela que en otro tiempo sirvió de alojamiento a sus gobernantes, en este caso los monarcas mogoles procedentes de la actual Turquía que dominaron casi la totalidad del subcontinente entre los siglos XVI y XIX cuando en su lugar de origen ya habían perdido su poderío. El fuerte rojo toma su nombre del color de la piedra arenisca con la que están construidos sus muros y fachadas. El interior de los edificios tenía un lujo refinado, mármoles constelados de piedras preciosas, maderas nobles, oro, sedas y perfumes. Cursos de agua procedente del vecino rio Yamuna los recorrían bajo el suelo proporcionando frescor a sus aposentos y alimentando un hammam y varias fuentes. A esto cabe sumarle músicos, actores, animales exóticos, jardines floridos y un interminable etcétera con todos los elementos que en Occidente configuran la noción de “lujo asiático”.
Fotos: mausoleos de la dinastia Lodi. |
La dinastía Lodi
gobernó el último periodo del dominio musulmán en Delhi antes de caer derrotado
por el imperio mogol a principios del siglo XVI. Del crepúsculo del sultanato
se conservan varios mausoleos y otras construcciones en el parque Lodi. En la
práctica es un espacio verde para relajarse de la tensión urbana de Nueva Delhi
en el tiempo libre. Entre los monumentos funerarios del 1500 un grupo de
jóvenes músicos ha venido a ensayar atraído por el generoso eco de las cúpulas.
Probablemente casi nadie sabe ubicar al sultán guerrero y poeta Sikandar Lodhi,
cuyo hijo y sucesor fue incapaz de contener con sus elefantes de guerra a la
moderna artillería pesada del ejercito mogol acaudillado por Babur en la
batalla de Panipat. Sobre la hierba del parque, ajenos igualmente a los
devenires de la historia, inflamadas de amor retozan las parejas indias hasta
donde el feroz puritanismo hindú les permite, que es bastante poco.
Fotos: Jama Masjid y parias durmiendo frente a ella. |
Uno de los
espacios de culto más grandes es la Jama masjid, mezquita de
estilo mogol construida con piedra arenisca roja y mármol en el siglo XVII,
capaz de albergar a veinticinco mil fieles en su patio. El islam, introducido
en la India en el siglo XII, alcanzó su apogeo durante el imperio mogol. Los musulmanes
fueron un grupo numeroso en el país y la habitual beligerancia entre ellos y
los hindúes, sobre todo los pertenecientes a movimientos supremacistas, condujo
a la partición de la nación de la mano de los colonos británicos en contra del
discurso gandhiano. Así se desgajaron del subcontinente los fragmentos
laterales del norte para albergar a las poblaciones islámicas en el nuevo país
de Pakistan. El fragmento oriental daría lugar más adelante, con el apoyo
militar indio, a Bangla Desh. Cachemira y Bengala quedaron de este modo
divididas en áreas excluyentes y sufrieron tremendas migraciones. Millones de
personas desaparecieron a causa del fanatismo religioso. Cachemira sigue siendo
un territorio en disputa, si bien conserva una mayoría islámica, la lengua urdu
y el gusto por los ghazales de Ghalib o de Mir en su música tradicional.
En el área de la
mezquita hay un barrio sumamente pobre alrededor de un mercado. Los estratos
sociales más bajos están representados aquí, los parias y las hijras. A
lo largo de la acera, si es que se puede llamar acera a este segmento de calle
que acaba en una tapia, aparecen los cuerpos esqueléticos de los miembros de
una familia durmiendo cubiertos de míseros harapos y rodeados de algunas
pertenencias tan sucias y deterioradas que nadie osaría robarlas. Su piel es
negra pero aún más negras son sus manos y antebrazos, teñidos por la mugre de
los basureros en los que escarban a diario buscando alguna cosa útil que comer
o que convertir en unas pocas rupias. Si resulta escalofriante esta imagen, que
se repite cada diez metros, no lo es menos la visión de una “casa recogida”, es
decir un amontonamiento de objetos que cualquiera podría confundir con un
montón de basura pero que, fijándose un poco, revela el miserable ajuar que los
propietarios han ordenado mientras están en la periferia buscándose la vida.
Ese hato de miseria es su casa.
Las hijras
son transexuales por lo general femeninos. Antes de la colonización inglesa
gozaron de un estatus social semejante al de cualquier otra persona, pero la
homofobia occidental de la nueva situación política les condenó a la marginalidad
y la prostitución. Hoy día algunos han logrado desclasarse, pero la mayoría
siguen formando parte de los colectivos más pobres de India, que continua sin
reconocer más que dos géneros.
Foto: templo del loto. |
Uno de los
templos más extraños de Delhi es el del Loto, un centro de oración bahaí cuyas
blancas paredes, curvas y apuntadas, semejan dicha flor. Se encuentra rodeado
por un área considerablemente grande de jardines y su pulcro interior, tiene
una decoración minimalista. La luz penetra a raudales por las ventanas y las
voces de los cantores son multiplicadas por el eco en la bóveda floral. En los
objetos se repite la estrella de nueve puntas, que es el símbolo de esta
doctrina monoteísta y asamblearia heredera de la tradición judeo-cristiano-musulmana
nacida en Persia a mediados del siglo XIX. Viene a ser el cuarto capítulo de
esta serie, aunque por el momento cuenta con poco más de siete millones de
creyentes en todo el mundo. La primera impresión que uno tiene de este entorno es
la de encontrarse en una selectísima propiedad privada. Los visitantes son
encauzados en todo momento, no tienen acceso a los jardines, y se les da un
tiempo limitado para estar dentro del templo, donde se les ofrece una
explicación finalizada por un sonoro cántico. Por alguna razón que desconocemos
la mayor parte de público está formada por grupos escolares elegantemente
uniformados, puede que haya en total más de quinientos niños y niñas hoy.
Fotos: templo de Iskon. |
ISKON es el acrónimo de la Sociedad International para la Conciencia de Krishna, una entidad creada 1966 en Nueva York. En este templo inaugurado en 1998 destacan las tres shikharas, cúpulas altas y estrechas formadas por pisos cubiertos de esculturas características del norte de India (normalmente hay una sola, cubriendo el sancta sanctorum) así como su peculiar cosmopolitismo en la decoración y en el manejo del turismo. ISKON venera diversas deidades entre las que Krishna se presenta como un dios superior con aspectos muy humanizados, como las travesuras que comete en su infancia (por ejemplo, le roba a su madre la mantequilla recién hecha para dársela a los monos), sus amores adolescentes con las pastorcillas, etc. Es una representación cercana a las mitologías religiosas cristianas, circunstancia que le ha motivado el rechazo por parte del hinduismo tradicional. Los “hare” son pedigüeños y proselitistas y centran su adoración en la repetición de mantras, proscribiendo a sus iniciados el uso de la razón. Son un grupo pequeño, se estima que el número de creyentes oscila en torno a un millón en todo el mundo.
Fotos: templo de Gurdwara Bangla Sahib. |
Una visita a los edificios de culto religioso en Delhi no estaría completa sin un templo sikh, como el de Gurdwara Bangla Sahib, coronado por una enorme cúpula dorada. En las inmediaciones del recinto abundan los seguidores de esta doctrina que exhiben sus atributos tradicionales, sobre todo las “cinco k”: generosas barbas y bigotes, turbantes vistosos o dastar que ocultan una larga cabellera recogida o kesh y un kanga (peine de madera), una daga al cinto conocida como kirpan y un brazalete o kara. La quinta ka hace referencia a su ropa interior o kachera. Los sikhs proceden sobre todo del Punjab, a partir de una religión nacida en el siglo XV que rechaza el sistema de castas y combina elementos hinduistas, como la reencarnación, con otros musulmanes como el monoteísmo. La partición de esta región entre Pakistán e India dio lugar a que la mayoría de sikhs emigrasen a este segundo país para salvar sus vidas. Hombres y mujeres deben descalzarse y cubrirse la cabeza para acceder al templo principal. Junto a éste existe un comedor gratuito, varios puestos de distribución de vasos de agua y un museo temático sobre esta religión. En dicho museo se muestran los cuatro viajes que realizó su fundador Guru Nanak, la simbología sikh comenzando por el escudo formado por cuatro armas (un khanda, dos kirpanes y un chakkar) y diversas ilustraciones sobre la historia y las guerras y persecuciones afrontadas por este colectivo que, hoy en día, cuenta con veintitrés millones de seguidores en todo el mundo.
Foto: Puerta de la India. |
En estos días se celebra en Nueva Delhi un evento singular que tiende a mejorar la extraordinariamente precaria situación de las mujeres que viven en el campo, partiendo de su organización en cooperativas de producción de diversa índole. Saras Aajeevika Mela es una feria organizada por el ministerio de desarrollo rural que reúne a grupos de autoayuda de mujeres rurales para mostrar sus productos al público general y potenciar su comercialización. La exposición ocupa varios pabellones temáticos donde se encuentran representados los distintos Estados de India y en los que se pueden degustar comidas, comprar especias y alimentos envasados, adquirir manufacturas de calidad, como magníficos saris de seda, realizadas por más de quinientas artesanas rurales y disfrutar de grupos amateurs de teatro, música y danza. Se ha instalado en el paseo que comunica la Puerta de la India y el Rashtrapati Bhavan.
La Puerta de la
India es un monumento erigido en el centro de Nueva Delhi en la tercera década
del siglo XX para honrar a los soldados angloíndios muertos en la primera
guerra mundial. Si se deja de lado la tragedia colonial que encubre, es un
hermoso espacio rodeado de jardines y constituye un lugar clásico de encuentro
en el que se celebran a menudo eventos como éste.
De regreso a casa
el firmamento crepuscular empieza a ser habitado por siluetas zigzagueantes,
son zorros voladores que salen a buscar fruta para alimentarse. Primero unos
pocos, pero pronto el cielo sobre la puerta de la India es un inmenso batir de
alas. Curiosamente en un país donde los quirópteros son tan abundantes y de
tanta importancia (como polinizadores, como insectívoros) no parecen existir
referencias a ellos en los libros sagrados. Para neutralizar este desprecio
humano la naturaleza ofrece a nuestros amigos voladores espléndidos banquetes silvestres
de anonas, granadas y mangos.
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